martes, 2 de agosto de 2016

PIRRO, REY DE EPIRO


Cuando pensé en este relato tan solo quería hacer la descripción de un paisaje. No quería contar una historia con un principio y un final concreto, simplemente describir un lugar y una situación. Me pareció que un campo de batalla tras la lucha y lo que sentirían sus supervivientes era un buen cuadro que pintar. Fue entonces cuando recordé la expresión “victoria pírrica” , comencé la búsqueda de la información pertinente y comencé a escribir. Poco más hay que contar al respecto.




PIRRO, REY DE EPIRO




Caminó lentamente con sus pies embarrados, sujetando por el bocado a Ánemos, su caballo de batalla herido de muerte tras la lucha. Aquel caballo había sido su fiel compañero en combate durante innumerables campañas. Sobre él había conquistado países y doblegado a enemigos, junto a él los reyes barbaros habían claudicado o sido derrotados en batalla y ahora que llegaba su momento final no quiso que su caballo pereciese junto a aquel río teñido de rojo por la sangre de las personas y animales que allí lucharon. No, aquel caballo merecía ver la gloría de su última victoria desde un lugar más digno, la cima de la montaña que había sido testigo de tan sangrienta y cruel batalla durante aquel largo día. De esta forma el Rey de Epiro, Pirro, prosiguió avanzando montaña arriba, sorteando cadáveres y heridos que agonizaban en la húmeda hierba, carros y barricadas que ardían y se desmontaban con el crujir de la madera, rocas y barrizales que dificultaban su marcha.
Su pelo rubio estaba pegado a su rostro moreno por el sudor. La boca seca le dejaba un regusto amargo que nunca había sentido tras una batalla. El aire viciado le dañaba al entrar en su garganta haciéndole toser. La ropa manchada por la sangre y el barro le pesaba a cada paso y dificultaban su marcha. Las tiras de cuero fino con las que vendó su mano antes de la batalla ya no estaban tersas y firmes, ahora colgaban lánguidas de su muñeca y sus dedos, goteando espesas gotas de sangre.
Aún no habían llegado a la cima cuando Ánemos cayó desplomado en el suelo entre jadeos de cansancio y quejidos lastimeros producidos por sus profundas heridas. El animal tumbado hacía esfuerzos por volver a ponerse en pie y continuar la marcha. Deseaba continuar pero desistió cuando Pirro, entristecido por tan lamentable e irreparable pérdida se arrodilló ante él y tras mirar sus expresivos ojos, enormes y negros, llenos de dolor,  arrancó la flecha de su pata trasera. El quejido del equino resonó sobre el campo de batalla que ahora, al atardecer de uno de los últimos días de la primavera, estaba en calma. La sangre brotó espesa y oscura de la herida confundiéndose con el pelo negro del animal. Rápidamente las moscas revolotearon cerca del Rey y su caballo moribundo. Un último relinche para intentar ponerse en pie terminó por agotar las fuerzas del caballo.
-No amigo, descansa. Ya has luchado bastante por hoy- Susurró Pirro acariciando entre lágrimas el morro de Ánemos, que con un espasmo y un sonoro y ronco estertor murió en la ladera de aquella montaña de Heraclea exhalando vaho con su último aliento.
Junto a su compañero muerto permaneció el Rey largo rato, cerrándole los ojos con la palma de su mano, deseándole que su viaje al otro lado fuera tranquilo y placentero, recordando las batallas y aventuras corridas juntos a lo largo de todo el mundo conocido: Las espesas y húmedas selvas de Asia, los ardientes e interminables desiertos de Egipto y sus ráfagas de aire caliente, las escarpadas y rocosas montañas griegas, los largos y tranquilos paseos por los calmados campos de Epiro. Le explicaba susurrándole que volverían a luchar juntos en cualquier país desconocido, de este u otro mundo pero siempre juntos. Solo las lágrimas que hacían enrojecer el interior de los parpados parecían enjuagar el rostro del rey cubierto por el hollín y la ceniza que aún flotaban en el aire y por la sangre reseca, tanto propia como de sus enemigos romanos.
Epiro reunió el valor y las fuerzas suficientes para volver a ponerse en pie y contemplar, desde la altura que la montaña le proporcionaba, el horror de aquella batalla. Tembloroso y cargando el peso de su cuerpo herido sobre su pierna menos dañada bajó la vista para ver como los arboles del bosque que aún ardían brillantes, levantando gigantescas columnas de humo y fuego que fácilmente podrían verse desde Tarento. El olor a madera y carne quemada envenenando el aire de aquel lugar. El río Siris corriendo lento y rojizo, reflejando en algunos puntos las columnas de fuego, transportando los cadáveres de los dos ejércitos. Un enorme elefante yacía dentro del río con la cabeza recostada sobre la orilla y el cuerpo lleno de enormes heridas que dejaban al descubierto las costillas. Algunos soldados sedientos que habían sobrevivido trataban de beber agua sin importarle que algún caballo o elefante muerto infectase el agua con sus restos de vísceras y sangre. Otros caminaban casi sin rumbo, clavando profundamente y con saña sus cortas espadas en el cuerpo de los enemigos heridos que aún estaban tendidos en el suelo tratando de escapar y que gritaban al sentir como se les iba la vida. Carros y barricadas destrozadas ardían como si fueran piras funerarias puestas allí a propósito para incinerar los cadáveres. Miles de flechas permanecían clavadas, algunas en el suelo fértil del lugar, otras, en su mayoría rotas, lo hacían sobre los cuerpos sin vida de los soldados. Lanzas y espadas, cascos y escudos destrozados pisoteados por elefantes estaban esparcidos por el campo de batalla. Los cuervos negros que poblaban el cielo, casi nocturno, graznaban volando cada vez más bajo haciendo círculos alrededor de los muertos.
Pocos hombres de Pirro quedaron en pie tras la cruel batalla que había comenzado por la mañana.
-¿Mereció la pena?- Se preguntaba el joven Rey sin dejar de mirar al pequeño grupo de soldados que se reagrupaba ayudándose a caminar unos a otros. No, sin duda, aunque aquella batalla la había ganado, había sufrido demasiadas e importantes bajas. La conquista de Italia no sería fácil. Había perdido prácticamente un tercio de su ejército en el primer día de batalla, en el primer día de la guerra. Definitivamente no había merecido la pena iniciar aquella campaña, pensó mientras que se tapaba la boca con su puño ensangrentado y sucio por el barro y el hollín para ahogar su llanto. Sus ojos seguían rojos y brillantes por sus lágrimas incontenibles al ver a su ejército destrozado.
-Mi Rey- Oyó una frágil y tímida voz ante la cual a penas supo reaccionar.
-Mi Señor- Volvió a oír. Lentamente giró la cabeza y vio a un joven y enjuto soldado cubierto de hollín y sangre. Apenas se aguantaba en pie y su armadura parecía venirle excesivamente grande y pesada al igual que el casco que sostenía bajo su mal herido brazo.
-Mi Rey- Insistió el joven que solo tuvo como respuesta permisiva para poder empezar a hablar la gigantesca y herida mano del Rey sobre su hombro.
-He… Encontrado su espada mi señor. Es la suya… Lleva su sello- Dijo entregándole la espada envuelta en un sucio y roído paño gris. Pirro recogió la espada y dejó caer el paño para contemplar el acero mellado y lleno de sangre aun fresca.
-¿Hemos ganado?... ¿Hemos conquistado Italia?... ¿Podemos volver a casa ya mi Rey?- Preguntó el joven tímidamente al ver que su primera batalla había terminado. Pirro, lentamente apartó la mirada de su espada y volvió a centrar su atención en el joven soldado. Aún tenía su mano sobre el hombro del muchacho. Subió la mano y acarició su mejilla en señal de gratitud por devolverle la espada.
-¿Podemos volver ya a casa mi señor? –Insistió dubitativo una vez más.
-Otra batalla como esta… - Comenzó a decir el Rey con la mirada ausente- …y tendremos que regresar a casa solos.
Pirro empezó a caminar lentamente, tambaleándose, montaña arriba, alejándose del campo de batalla ante la atenta mirada del joven soldado que apenas podía entender las palabras de su Rey.




-¡Y corten!- Gritó el director con voz robótica a través de su megáfono oyéndose la orden en toda la montaña.- Hemos terminado el rodaje. Muchas gracias a todos. Los extras del campo de batalla pueden levantarse, muchas gracias, muchisimas gracias a todos.- Concluyó.
La sombra que proyectaba la cabeza caliente pasó  por encima del grupo de actores y Rick Bender se giró dejando de ser el Rey Pirro para volver a ser él mismo. Rápidamente la asistenta de Rick corrió a su encuentro para cubrirle con un albornoz y darle una botella de agua y una toalla blanca. El actor rechazó el albornoz pero vació la botella sobre su cabeza y su cuello y comenzó a limpiarse el maquillaje de la cara mientras que le agradecía los cuidados a su ayudante.
El set de rodaje se iluminó y rápidamente se llenó con todo tipo de personas, trabajadores acarreando cables, micrófonos y luces de un lugar a otro. Gente con pesados teléfonos móviles conectados a maletines que hacían las veces de batería caminaban cabizbajas y con caras de preocupación, otros parecían no tener una labor fija en aquel momento por lo que  se dedicaban a sonreír y aplaudir desde un rincón mientras que contemplaban la actividad del resto de sus compañeros
-Unidad de bomberos, pueden apagar el bosque, gracias- Comunicó el jefe de producción. Dos camiones de bomberos aparecieron bordeando las montañas y con sus potentes mangueras comenzaron a apagar las llamas del bosque mientras que los extras se agrupaban y jugueteaban con las espadas de atrezo, otros se abrazaban para posar en fotos que los miembros del equipo de rodaje les hacían. El campo de batalla se había llenado de gente.
Chris Hall estaba tan excitado por su primer papel en una película, aunque fuera como extra, que se olvidó de quitarse la pesada armadura a pesar de que seguía estorbándole a la hora de moverse. Había tenido una gran oportunidad en el cine entregándole la espada al Rey Pirro. Más tarde intentaría pedirle permiso al director o a alguno de los productores para conservar algún detalle de su vestuario como recuerdo de aquella película. Miraba todo con una sonrisa llena de ilusión, intentando captar todo el ambiente que le rodeaba. Para él era interesante ver el anacronismo que se producía al ver a los ejércitos mezclándose con personal vestido de forma actual e interactuando con maquinaria que para ellos sería futurista.  Le hubiera gustado tener a una ayudante que le trajera café o a alguien que simplemente le abrazase tras el rodaje pero se conformaba con vivir aquella experiencia.
Los técnicos de sonido y de iluminación estallaron en una ovación cuando el director mando a recoger el equipo y a descansar, no sin antes volver a felicitar y a agradecer a todos el esfuerzo y el trabajo que habían dedicado en aquella película. Un coche de golf atravesó el campo trasportando personal y equipo de un lugar a otro.
La script no dejaba de realizar fotos espontaneas a los actores y al equipo. Le gustaba guardar las polaroids en su álbum personal, en especial las que no tenían utilidad para la producción. Sus favoritas eran aquellas en las que los directores daban instrucciones precisas a los actores antes de las escenas o las que aparecían las estrellas de cine descansando con una bebida en la mano, relajándose tocando algún instrumento musical  o simplemente bromeando con otros compañeros de reparto. En esta ocasión pudo hacer una bonita foto del director ayudando a Rick Bender a despojarse de parte de su vestuario mientras que la ayudante del actor le desmaquillaba con la ayuda de un paquete de toallas húmedas de papel.
Por fin, tras meses de rodaje en Italia y Túnez, aquella superproducción había terminado felizmente y Rick podía volver a descansar junto a su familia en su rancho en Geraldton. Sería un largo viaje hasta Australia pero era su mayor deseo, volver a abrazar a sus hijos y a su mujer, tras aquel trabajo que le reportaría grandes beneficios económicos y probablemente algún premio.