miércoles, 23 de marzo de 2016

CASIO SUICIDA



A veces nos sentimos culpables por algunas cosas que suceden a nuestro alrededor debido a ciertas acciones o comentarios que hacemos. Incluso otras veces no es ni culpa nuestra y seguimos llevando el peso del mundo sobre nuestros hombros como si realmente fuéramos los culpables. Supongo que esa es la carga que llevaba sobre sus hombros salvador, el protagonista de esta historia, una carga que no le permitía vivir tranquilo. 




CASIO SUICIDA






El Psicólogo

Sentándose en su gran sillón de cuero marrón apuntillado con grandes botones forrados, pulsó las teclas de su pequeña grabadora para que ésta comenzase a grabar y, acercándosela a la boca, comenzó a hablar:

- Madrid, 18 de Abril del 2004.
El caso de Salvador fue uno de los casos más ilusorios que he llegado a tratar, un claro ejemplo de que todos los desenlaces vienen precedidos por una serie de sucesos que los condicionan. Aunque no sé si ha sido correcto calificarlo de ilusorio, ya que todo lo que me contó a lo largo de nuestras sesiones podría haber sido real.

Pulsó el botón pause, reflexionó mientras que se golpeaba su arrugada frente con la grabadora y liberó de nuevo el botón para seguir hablando…

- Salvador siempre pensaba en las mil y una maneras de quitarse la vida. No se creía digno de pertenecer a este mundo. Continuamente tenía la necesidad de ser perdonado, pero esa indulgencia nunca le llegaba, ya que no contaba con el apoyo de ningún familiar ni amigo que conociera su situación mental. Tan sólo su ex novia, Esperanza, le consolaba, aunque con el tiempo había dejado de hacerlo…  pero, ni siquiera cuando lo hacía, él sentía que era suficiente y sabía que sólo un poder mayor podría redimir su error.
No había día en el que a Salvador no se le pasara por la mente la idea de suicidarse. No había día en el que un extraño recuerdo llegase a su enfermo cerebro, le deprimiera, le hiciera llorar de dolor y quisiera que algo le arrebatase la vida. Lo único que a este ser atormentado le impedía quitarse la vida él mismo era el miedo a Dios, a ser definitivamente un diablo condenado a vagar durante siglos por este mundo terrenal. No, él sólo no podía, debería haber una cadena de sucesos que pusieran un punto y final a su existencia y le dieran descanso a su mente.

Pulsó la tecla pause nuevamente y respiró profundamente. Se quitó las gafas y se restregó los ojos para aliviarse. Se rascó la mejilla, la barba y el cuello con un gesto parecido al de un perro pulgoso. Se aflojó el nudo de la corbata que asomaba entre las solapas de su camisa de cuadros y su fino chaleco de pico. Tomó otro trago del whiskey que tenía en la mesa de al lado y volvió a colocarse las gafas. Tosió para aclararse la voz y continuó grabando su discurso…

- Su salud mental era digna de estudio. Con frecuencia, una serie de imágenes llegaban a su mente y, tras mil y una pruebas, tras mil y una consultas a diferentes colegas, nunca llegamos a saber si eran recuerdos de una vida pasada o simplemente eran producto de su imaginación, de su enfermo y religioso cerebro.
A Salvador le atormentaban imágenes de la crucifixión de Cristo y visiones de una supuesta vida pasada en la antigua Roma. Salvador creía que en su anterior vida había sido un soldado romano, y no uno cualquiera, sino el mismísimo Cayo Casio Longino, aquel centurión que le clavó a Cristo la lanza en el costado para asegurarse que había fenecido en la cruz.
En ocasiones, Salvador era consciente de que no se encontraba completamente sano, que confundía la imaginación  con una invención de una vida pasada. No sabía distinguir esos conceptos, no le quedaba claro si eso que le venía a su mente era el dolor y el recuerdo de su anterior vida o simplemente algo que él se imaginaba.
Era precisamente esa idea de haber participado en aquel linchamiento que fue la muerte de un Dios la que atormentaba la vida actual de Salvador. Eran esos recuerdos los que le hacían pensar que no era digno de vivir en este mundo, los que le hacían desear cada día, uno tras otro, que la muerte le llegase de la forma más inesperada y cruel.

Pulsó la tecla stop de su grabadora  y se quedó largo rato meditando, sentado en su sillón con las manos en los brazos del grueso sofá, sosteniendo con una la grabadora y con la otra su vaso. Allí siguió, jugueteando inconscientemente con su dedo índice con un cubo de hielo que aún no se había derretido, mientras repasaba mentalmente una y otra vez la misma historia.



El Puente Aéreo
 
El vino caliente se derramaba por su papada mientras reía groseramente por el dolor de un hombre. Se limpió la boca con su brazo y entregó la botella de barro a su compañero. Quitándose el casco, dejó que las finas gotas de lluvia enfriasen su cabeza. Tragó saliva, escupió y se colocó al lado de su Primus pilus al tiempo que volvía a encajarse el casco en su cabeza llena de cicatrices.

La lluvia cada vez era más y más fuerte, el cielo gris se parecía por momentos a la noche y el viento hacía que los ropajes y estandartes volasen en una sola dirección.
Los gritos de dolor de las personas afines a aquel ser revolucionario se mezclaban con las voces de mando y las risotadas de los soldados romanos.
Con la ayuda de dos cuerdas y dos caballos, consiguieron levantar la pesada cruz del suelo y encajarla en el agujero que se había cavado en el suelo pedregoso de aquel monte para tal fin.
Cuando la cruz fue levantada, proyectó una sombra sobre Casio y un sentimiento de incertidumbre y temor ante lo desconocido llenó su cuerpo. Debido a su condición de militar, no podía soportar ese sentimiento. Casio era demasiado valiente y rabioso para vivir con algo así, de modo que, lleno de furia, tomó el látigo y lo usó contra los pies y rodillas del supuesto Rey. Siguió y siguió fustigando al reo ante la pasividad de sus mandos superiores.

Una gota de sudor recorrió su cara por la parte derecha…

“Señor, disculpe, tiene que abrocharse el cinturón”. - Le despertó la voz de la auxiliar de vuelo. –“Vamos a tomar tierra en quince minutos”.

Salvador se despertó sobresaltado. Una gota de sudor recorrió su cara por la parte derecha. La sensación de ser un desecho, una lacra, volvió a su mente.

Respiró hondo y dejó atrás la posibilidad del despido inmediato que le había perseguido durante toda la mañana tras no conseguir cerrar el trato que tenía pendiente para su empresa, para pensar en el cambio de rumbo que él había dado al mundo cristiano el día del linchamiento.
Solía hacer el puente aéreo un par de veces al mes por motivos de trabajo. Últimamente sus visiones eran más frecuentes, sus bajadas de ánimo y sus ganas de suicidarse repercutían de forma directa en su trabajo, así como en muchos otros aspectos de su vida. Había llegado a un extremo en el que su propio jefe, asqueado por el bajísimo rendimiento de su empleado, le había concedido días libres y adelantos de sus vacaciones con tal de recuperar un mínimo nivel de rendimiento en el trabajo.

Comenzó a imaginar la posibilidad "perfecta" de un fallo mecánico en el tren de aterrizaje del avión. Una sensación de incertidumbre recorrerá en forma de azafatas el pasillo, la voz del comandante anunciará entrecortada y nerviosamente la situación, la necesidad de tomar tierra con la panza del avión. Algunos pasajeros intentarán levantarse y hacer la gilipollez de abrir la puerta de emergencia en pleno vuelo. Las azafatas tranquilizarán en la medida de lo posible a los pasajeros, pero éstos serán auténticas bombas de relojería a punto de estallar. Las auxiliares de vuelo se sentarán apresurada y torpemente en sus sitios, sin saber si deben hacerlo ya o dar un último repaso a todos y cada uno de los pasajeros. Las luces del avión comenzarán a apagarse mientras que las de emergencia anunciarán una situación de peligro de las que pocas personas suelen salir, haciendo que el pasaje comience a gritar como si el avión fuese una terrorífica atracción de feria. Otros pasajeros comenzarán a rezar para que Dios no les lleve a ese lugar donde yo muero por ir. La señora del asiento contiguo al mío se desmayará con tal mala fortuna que su cuello inerte coincidirá con la primera sacudida del forzado descenso del avión haciendo que este se rompa con un chasquido seco… será la única persona del avión que no sufrirá la violenta muerte que nos espera.
El avión volverá a bajar bruscamente, los estómagos se encogerán, a algunos pasajeros se les dilatará el esfínter y no podrán retener su propia orina que teñirá de oscuro el claro de sus pantalones. La presión  hacia los asientos de delante será cada vez mayor. Las mascarillas de oxígeno, transparentes y amarillas, caerán desde el techo a la vez que el equipaje de mano caerá desde sus compartimentos. El aparato estará cada vez más cerca del suelo, tan cerca que veremos al personal de tierra correr hacia la zona de seguridad con algún líquido expulsado por mangueras que evite que el combustible del avión haga aún mayor la catástrofe que inevitablemente va a suceder. El ruido será cada vez más ensordecedor. El avión pasará de caer en picado a tomar tierra, a posar la cola en la pista de aterrizaje, como si los pilotos pretendiesen hacer un caballito. Súbitamente  la panza del avión tocará el asfalto, votará un par de veces y, a través de las ventanas, veremos cómo saltan chispas desde la parte baja del fuselaje. El ruido será ensordecedor, estridente, como el de una tiza despuntada escribiendo en una pizarra escolar. Un calor abrasador nos hará girar las cabezas hacia la cola del avión y veremos cómo, desde una trampilla del suelo cuya tapadera salta por los aires y pega en el techo, una gran bola de fuego avanzará hacia la cabina del avión abrasando todo a su paso. Rápidamente los cuerpos atrapados por los cinturones de seguridad comenzarán a calcinarse y las máscaras habrán comenzado a fundirse con un goteo de plástico hirviendo que caerá sobre los viajeros. En cualquier otro momento eso hubiera sido bastante doloroso, pero no cuando se está en mitad de una infierno terrenal.
El espectáculo terminará con una gran explosión que hará que los cadáveres salgan despedidos del avión en todas direcciones, emparejados de dos en dos porque una empleada de la compañía de vuelos decidió que tal o cual persona se debía sentar junto a otra mientras que un grupo de bomberos intentaban sofocar las llamas de la aeronave.

Al salir del avión, Salvador, no esperó a recoger su maleta, corrió directamente a los baños para poder vomitar en un sitio donde nadie lo viera. Una vez expulsado lo poco que su moral le permitió desayunar aquella mañana, consiguió tranquilizarse, se limpió la boca con la mano y, tras un último intento de vomitar en el que no expulsó nada, se puso de pié y se lavó la cara mientras se miraba en el espejo pintorreado de aquel baño.

Salió dignamente de los aseos del aeropuerto y se dispuso a recoger su equipaje, equipaje que ya había sido robado debido a que, tras cuatro vueltas en la cinta, tan sólo un “profesional del aeropuerto” logró rescatar.

Tras la pertinente denuncia, salió de Barajas en un taxi hacia su casa. Intentó tranquilizarse y pensar que todo iría bien, algún día, mientras que comía una barrita de chocolate que había comprado en el aeropuerto de Barcelona antes de subir al avión. Intentó deleitarse con la visión de las calles, intentó pensar algo agradable como que ya estaba en su ciudad natal.
Cuando llegó, se duchó mientras respiraba aliviado por haber perdido toda su ropa, su corbata de la suerte, que cada vez era menos efectiva,  y una camiseta del F.C. Barcelona con el nombre de Patrick Kluivert que su compañero de trabajo le había pedido, en lugar de perder su maletín de trabajo con todas las condiciones del nuevo y rechazado proyecto que su empresa tenía pensado realizar.



El Descanso En Casa
  
Al llegar a su casa se sentó en el sofá sin muchas ganas de nada, encendió la televisión con el mando a distancia y en el canal musical apareció un negro rapeando algo ininteligible. Recordó entonces que esa noche tenía una cita con su ex novia, con la que aún mantenía cierta relación, para ir a cenar y hablar de cómo les iban las cosas desde la última vez que se vieron hacía ya mes y medio. Ella ya estaba cansada de esas bajadas de moral, de esa locura de su posible vida pasada y cada vez las fuerzas para ayudarle se le iban agotando, pero él no podía esforzarse más en ser una persona normal, sin flashes ni sentimientos de culpabilidad.

Se levantó del sofá con un suspiro de enfado cuando, pasada una hora, apareció por televisión el anuncio de un documental sobre luchas de gladiadores en la antigua Roma presentado por Michael Caine. Se metió en la ducha y dejó que el agua potente y caliente hiciera un trabajo relajante sobre sus hombros y cabeza. Pronto el baño se lleno de vapor. Se colocó de manera que el caño de agua le diera en la nuca y cerró los ojos.

-“¡Más vino!”. Gritó Casio metido en el baño, mientras que una de las dos prostitutas que había pagado esa mañana seguía metiéndole uvas verdes en la boca y la otra vertía agua caliente por su cuello desde un jarro grande de lata dorada. Esta última dejó el jarro y salió del baño al tiempo que el soldado se echaba hacia atrás poniendo sus brazos en cruz en el borde de la terma, pudiendo rodear a una de las mujeres con su brazo derecho y dejando el hueco libre para cuando la segunda llegase.
En ese momento, Cornelio  entró en la sala y le anunció que habían traído al judío y que le requerían.
- “Estúpido asno… ¿No ves que estoy ocupado? …  Me están dando un baño”, replicó Longino riéndose al tiempo que con sus grandes manos hundía la cabeza de su acompañante en el agua dirigiéndola hacia su entrepierna. Su compañero de filas también sonrió pero volvió a comentar la urgente necesidad de que se vistiera y le acompañase. En ese momento la mujer anterior entró desnuda a la terma con una jarra de vino. Se sentó abierta de piernas sobre la rodilla izquierda al tiempo que volcaba el vino sobre sus pechos para que su cliente bebiera de aquella inmejorable fuente.
- “¡Cayo Casio Longino, debemos irnos!”, volvió a gritarle Cornelio. En ese momento la primera de las prostitutas salió súbitamente del agua, asfixiada y cogiendo una gran bocanada de aire provocando que su compañera de profesión perdiera el equilibrio, cayese al agua y volcase la jarra de vino al completo. Al legionario aquello le enfureció tanto que se levantó rápidamente y asestó un puñetazo en la nariz a la  mujer que provocó aquel desastre y que aún estaba recuperándose y quitándose el pelo de la cara, dejándola sin sentido y hundida en el agua. Fue su compañera la que tuvo que sacarle de la terma mientras que Casio se secaba y se vestía para realizar el encargo. Su compañero lo miraba dándole la razón. Lógicamente, el castigo que Casio había infligido a la mujer era bastante benévolo por haber desperdiciado una jarra casi entera de vino.

Toda la habitación seguía llena de vapor y las paredes desprendían gotas de agua que se mezclaban con las gotas de sudor y la culpa de Salvador, que una vez más imaginaba otra forma de dejar el mundo: un simple resbalón en la bañera.

Durante un segundo el resbalón provocará que me quede suspendido en el aire y sentiré como el corazón querrá salirse del pecho, me quedaré sin aire de la impresión y bajaré súbitamente, como el que comienza a bajar en una montaña rusa. El descenso irá seguido de un golpe seco a la altura de la pelvis provocándome un dolor agudísimo y electrizante que irá subiendo por mis vértebras hasta llegar al cuello, momento en el que se detendrá debido a que mi cabeza ha golpeado el borde de la bañera provocándome una fractura del cuello que, como resultado, me dejará consciente pero tetrapléjico.
No podré moverme, durante unos treinta segundos pensaré que ese será mi final hasta que alguien eche la puerta abajo y me rescate.
No, no será así, no sé si para mi desgracia o para mi buena suerte, mi talón del pie derecho quedará justo sobre el desagüe de la bañera actuando como un tapón. No podré moverme y la bañera se irá llenando rápidamente de agua caliente. Intentaré moverme pero será inútil, el agua seguirá subiendo, y me llegará a las costillas y pantorrillas. Empezaré a sudar y me detendré a pensar estúpidamente si un tetrapléjico puede sudar. En ese momento notaré como el agua comienza a teñirse levemente de marrón y seré consciente de que no controlo mi esfínter y de que algo habrá salido de mi interior. El agua llegará justo por debajo de mi pecho y casi cubrirá mis rodillas, me concentraré en un solo músculo, un solo impulso, no trataré de salir de la bañera, me bastará con mover la pierna derecha, es más, no necesitaré mover la pierna, con quitar el talón del desagüe será suficiente. Todos mis intentos serán inútiles. El agua seguirá subiendo y me estará llegando a la barbilla. Ya no lucharé mas, aceptaré que por fin ha llegado el momento. Los labios estarán sumergidos en esa agua caliente y medio marrón. Esperaré a que mi vida pase por delante mía como tantas y tantas veces he oído que pasa... Pero no pasará nada, ni un fotograma. Soy tan desgraciado que no tengo ni esa película final. El agua llegará a mi nariz e infructuosamente contendré la respiración para no ahogarme a pesar de que es lo que realmente quiero. De una forma u otra moriré por asfixia. Cuando mis ojos estén bajo el agua, extrañamente, sentiré algo de paz, notaré que no hay ningún problema en el mundo y que todo funciona en sintonía ahora que ya no estoy.
Oiré el suave ruido del agua del mango de la ducha caer sobre la que ya está estancada en la bañera. Me sentiré felizmente solo, como un astronauta en mitad del cosmos, con los ojos cerrados. Comenzará a hacerme falta aire, notaré como el agua rebosa por el borde de la bañera dejando solamente mí frente al descubierto. No podré resistir ni un segundo más y mi cuerpo no responderá, así que no podré abrir la boca y, finalmente, intentaré respirar por la nariz dejando que una gran cantidad de agua entre por mis fosas nasales provocándome una mayor asfixia. Me sentiré hinchado y el agua seguirá entrando hasta ir encharcando mis pulmones poco a poco. Siento como si mis ojos fueran a salirse de sus cuencas, como si fueran a estallar. Notaré que estoy llorando de dolor e impotencia. Un dolor agudo se acumulará en mi entrecejo sin saber por qué, como si alguna fuerza fuera a salir por esa zona desgarrándome la piel. Estúpidamente intentaré respirar hondo porque será lo único que se me ocurra y mi cuerpo extrañamente empezará a tener espasmos musculares. En cualquier otra situación me hubiera preguntado cómo es posible que con mi reciente estrenado estado tetrapléjico mi cuerpo se siga moviendo. Pero ahora no, en esa situación en la que mi cuerpo habrá dejado de moverse voluntariamente, sólo me veré a mi mismo hundido en el agua casi putrefacta de mi bañera y sentiré que en esta vida no he destacado en nada.

De un manotazo, Salvador abrió las cortinas de la ducha y levantó la pierna con un torpe gesto para salvar el bordillo de la bañera e ir a vomitar la barrita energética que se había comido en el taxi de vuelta desde el aeropuerto, pero el suelo del baño estaba resbaladizo por el vapor que se había condensado en las seis paredes de su baño. La caída fue rápida, fulminante, y de un cabezazo contra el váter, pasó de casi perder su empleo a perder la consciencia y quedar tumbado junto al inodoro con la cabeza reposando sobre un vómito de chocolate y cereales.


Dirección: La Cita

Pasado el tiempo, Salvador recuperó la consciencia, parpadeó un par de veces antes de lograr levantarse clavando las rodillas en el suelo y apoyándose en la tapadera rota del váter con los antebrazos, saboreando a disgusto los restos de vómito que aún quedaban en su áspera garganta.
Cuando tambaleándose llegó hasta el lavabo, se miró fijamente en el espejo y pudo ver como el pómulo izquierdo estaba notablemente hinchado y morado. Con las dos manos quiso lavarse la cara y quitarse los restos de vómito, pero el simple contacto con las frías palmas de sus manos le producían un dolor insoportable, tan insoportable como el puñetazo directamente a la nariz que, casi dos mil años atrás, él mismo le había propinado a la ramera.
De un respingo se incorporó intentando no pensar nuevamente en ese episodio bíblico.
Se secó la cara con la toalla cuidadosamente y dando tumbos fue a la cocina, donde se preparó un chupito de whiskey para mitigar el dolor, un chupito que finalmente se convirtieron en tres seguidos.

Después, en su habitación, empezó a vestirse para su cita, cita a la que ya estaba llegando tarde.
Mientras que seleccionaba la ropa de su armario, pulsó el play de la mini cadena que tenía en su dormitorio pero no había ningún cedé dentro, aunque a estas alturas, entre el golpe y el whiskey, no se dio ni cuenta de que no había nada sonando.

Una vez vestido del todo, completamente de negro, volvió a dirigirse a la cocina para tomarse otros dos pelotazos de whiskey.
Salió de la cocina ligeramente afectado por el alcohol y, al coger las llaves de su casa del bol lleno de monedas de diez y veinte céntimos de la mesita de la entrada, volvió a mirarse el pómulo en el espejo y éste parecía aún más hinchado que antes, por lo que decidió regresar a su habitación y ponerse sus gafas de sol a pesar de que era ya de noche.
Volvió a pasar por el espejo de la entrada antes de irse y volvió a mirarse y esta vez pensó que no había nada que pudiera mejorar aquel lamentable aspecto.

Por fin salió de su edificio y comenzó a andar por las calles de Madrid.
La temperatura era fría para la época del año en la que estaba. No tenía muchas ganas de pasear, pensó mirando al suelo mientras cruzaba los brazos sobre su pecho. Notó como el whiskey que había tomado en su casa estaba subiendo de forma considerable y comenzó a aguantar una risa tonta imaginando el resultado de la cita entre una ex novia poco permisiva, que no le dejaría pasar ni una y enfadada con un hombre deprimido y borracho. Creyó que nada bueno podría salir de allí.

Al doblar una esquina y cruzar de acera vio algo que le dejó perplejo. La música ochentera de Los secretos resonaba en toda la calle y en la puerta de un bar, al que nunca había entrado, había una multitud de soldados del ejército español borrachos como cubas. Cada uno con una copa en la mano, algunos incluso con la botella y la copa y el que no tenía vaso era porque había preferido sujetar por la cintura a su compañera perfectamente uniformada y besarla al tiempo que ella hacía malabares para que las gafas de sol no se le cayeran de la cabeza.
Cuando  pasó por mitad del grupo tuvo que apartarse para que una mujer no le echase la vomitona encima mientras que otra le sujetaba la cabeza entre risas y cómicos comentarios. Un tercer compañero entraba en juego, dos metros más alejado haciendo una foto en la que muy probablemente Salvador tuviera cierto protagonismo.
Desde la distancia aún se podía escuchar:

 “Ayúdame y te habré ayudado
Que hoy he soñado
en otra vida
en otro mundo
pero a tu lado…“

Todo aquello le pareció bastante extraño, ¿Que había sido todo eso? ¿Qué hacían unos militares liándola en la puerta de un bar y vestidos de uniforme? Mil y una respuestas de lo más disparatadas pasaron por su cabeza y ninguna le convencía.

Una nueva melodía llegó a sus aturdidos oídos, está vez era algo en inglés de lo que a duras penas pudo, entre el extrañísimo acento de la cantante y su estado etílico, traducir como:

“Me diste la vida bajo un cielo de algodón
Te sostendré todo el tiempo que quieras
Te amaré para el resto de mi vida

Intentó localizar de donde venía el sonido y allí, en la acera de enfrente, sentada en el suelo y apoyada contra un escaparate lleno de televisores encendidos, había una mujer de veintipocos años, llena de rastas castañas, con leotardos de rayas rotos, unas descascarilladas uñas de color negro y cierto tufo que provenía de una cerveza de litro que mantenía medio oculta tras una sucia mochila situada entre el escaparate y su espalda.
Aquel sonido le pareció glorioso comparado con el infierno paramilitar que acababa de cruzar. Se paró justo delante de ella y se quedó allí en cuclillas escuchando la canción tranquilamente como si su cita pudiera esperarle eternamente.

“Siempre buscando la manera de amarte
Sin dejar de luchar a tu lado
Mientras que los ángeles del amor nos protegen
De los secretos más íntimos que escondemos”

La mujer continuó cantando y sonriéndole. Durante treinta segundos se sintió grande, importante para alguien. Nunca nadie se había tomado la paciencia de escucharla y disfrutar, musicalmente, de ella.
Salvador sacó del bolsillo su cartera y se dispuso a dejar una propina a la joven cantante pero, al no tener billetes pequeños, decidió darle directamente uno de los dos billetes de cincuenta euros que tenía, al tiempo en el que la veinteañera miraba el mástil de su guitarra, pintada a rotulador negro con soles y ondas marinas, para asegurarse de que las notas que ponía eran las correctas.
Con cierto esfuerzo y apoyando la yema de los dedos de su mano izquierda en el suelo, el hombre de negro,  siguió su camino mientras que con la derecha guardaba la cartera en el bolsillo trasero de su pantalón. Esta vez no quiso amargarse la existencia pensando en cristos, prefirió hacerlo discutiendo consigo mismo sobre: ¿cuántos pobres diablos desafortunados van por ahí desperdiciando su talento porque no hay nadie que los haya descubierto?; ¿cuántos genios morirán sin haber sido conocidos, sin dejar algo grande con lo que contentar y distraer al resto de la humanidad, habiendo caído en el olvido porque nunca fueron reconocidos? Pensó que cada hombre merecía una oportunidad de hacer lo que se le daba bien y le hacía disfrutar de este mundo y que otros deberían tener el gusto de sentarse un minuto a contemplar el arte de su hermano, sea cual sea éste. Pensó que, como decían en la película el club de los poetas muertos, “todos necesitamos ser aceptados”. Llegó a la conclusión de que…

En ese momento, un coche pasó justo por delante suya con una sonora pitada que se fue convirtiendo en más aguda conforme el veloz vehículo se alejaba a gran velocidad seguido por dos coches de policía. Justo en ese momento, unas manos decoradas con uñas oscuras y gastadas arrastraron hacia atrás al triste pensador haciéndole subir al escalón de la acera que había bajado sin darse cuenta, con la cabeza en un mundo más redondito y lleno de oportunidades.

En ese momento en el que Salvador bajaba el escalón, un coche pasará por delante mía sin hacer advertencia sonora alguna...
El impacto en la parte más baja de mis piernas hará que salga despedido hacia arriba mientras que rompo el cristal delantero con el hombro y una brecha se me abrirá en la parte posterior de mi cabeza al cortarme con los cristales. Seguiré rodando parabrisas arriba mientras que el coche me pasará por debajo, dejándome suspendido en el aire a unos dos metros del suelo. Notaré que quedo suspendido en el aire y todo parecerá perfecto desde esa altura. Me quedaré flotando durante unas milésimas de segundo que me parecerán milenios. Podré ver, flotando junto a mí, a un ángel que me sonríe, un ángel con rastas y leotardos que promete protegerme de los secretos más íntimos que esconde. El ángel desaparecerá y un viento recorrerá mi cuerpo. Con el miedo y el esfuerzo por no caer, giraré sobre mi mismo con un efecto devastador. Mi cuello será lo primero que toque el suelo, notaré el crujir de mis huesos, una sensación ficticia ya vivida antes mil veces. En la brecha de mi cabeza se alojarán pedazos de cristales del suelo y trozos de asfalto. El golpe contra el suelo será bastante sonoro y lo que más me preocupará mientras que los diferentes transeúntes vienen a socorrerme será la postura tan ridícula y extraña con la que he puesto fin a mis días: las piernas encogidas y ladeadas como si fuera un paralitico en una silla de ruedas y mi brazo izquierdo totalmente estirado sobre la carretera, mientras que el derecho está plegado y dislocado sobre mi pecho con la muñeca en una postura totalmente contraria a la rotación natural del hueso. Deduciré poco a poco, por los comentarios y por el fuerte dolor, que me he abierto la cabeza contra el asfalto y que parte de mi cráneo está perforado irregularmente con una apertura de unos cuatro centímetros de diámetro por la que salen todo tipo de fluidos. No aguantaré, definitivamente me estaré muriendo rodeado por gente a la que no conozco. Bueno, y qué más da, una muerte es una muerte sea de la postura que sea y estés con quien estés. Unas manos decoradas con uñas oscuras y gastadas me seguirán zarandeando y me gritarán:

-“¡Eh tío!, ¿qué te pasa? ¡Debes tener más cuidado!”. Le gritó la andrajosa guitarrista. Podrías tener un accidente si no miras por dónde vas. Prosiguió.
-“...Sí, lo siento... estoy un poco... “, contestó Salvador.
- “¿Estás bien, colega? ¿Necesitas algo?”.
- “No, gracias”.
-“...”
-“Estoy bien, de verdad. Sólo estoy un poco... asustado”.
-“Bueno, está bien. Espero verte algún otro día. ¿Sabes? Por aquí no hay mucha gente que se pare a escucharme”.
-“Sí, claro... por aquí... seguro”.

Salvador continuó andando y volvió a cruzar la calle sin mirar si venía o no algún automóvil hasta que, un par de calles más abajo, alcanzó su destino, el restaurante donde se suponía que debería estar cenando desde hacía ya más de una hora y media con su ex novia.
 Miró hacia abajo y, al mismo tiempo que levantaba la cabeza para ponerse las gafas de sol sobre la frente, vio a su cita que salía con la cara de quien lleva siglos esperando a alguien que no va a llegar.

- “¡Serás capullo! ¿Tienes esta vez alguna excusa real y decente que darme que no tenga nada que ver con la guardia pretoriana?”
- “Lo siento, me he quedado dormido y... no he encontrado la forma de...”
-“Santo Dios Salva, ¿qué te ha pasado en el ojo?”
-“Resbalé en la bañera y me golpeé con... bueno da igual”, terminó su frase al ver que su ex ponía cara de no creerse absolutamente nada. “¿Podemos entrar a cenar?”, preguntó intentando terminar aquella incómoda conversación.
- “Está bien...”, contestó Esperanza.
Al subir los tres escalones que precedían a la puerta del restaurante, Salvador perdió ligeramente el equilibrio debido a los chupitos de licor que se había tomado antes de salir de su casa.
-“¿Estás borracho?”,  preguntó su joven acompañante al tiempo que ponía los brazos en jarra.
-“No... no... sólo me he tomado unos... medicamentos para mitigar el dolor de la inflamación del ojo”.
-“¿Jotabé 25 centilitros?”
-“Espe... no sigas por ahí, por favor...no sabes qué semana llevo”.
-“Sí, sí sigo por ahí Salva, no puedes seguir así. ¿Has ido al psicólogo?”, preguntó Esperanza enfadada.
-“He ido a mil psicólogos, mil psiquiatras, he tomado las mil pastillas y leído todos y cada uno de los libros que me han recomendado y no me han hecho nada... entremos a cenar y hablemos, ¿vale?”
-“No, no vamos a cenar, no has leído una mierda y mi amigo me llamó diciendo que no fuiste a su consulta, eres un mentiroso Salva. Me voy a casa y cuando llegue...”
- “¿Mesa para dos?”, preguntó el metre del restaurante que había salido al encuentro de la pareja hasta fuera de la zona de recepción de los clientes.
- “Sí, para dos”.
-“No, para ninguno”, negó Esperanza.
-“Para dos...”, le dijo él al metre. “Por favor”, insistió Salvador mirando a la alta y delgada mujer que tenía en frente, mientras que buscaba en su bolsillo para sacar un billete de su cartera para darle al camarero cuando recordó que le había dado a la cochambrosa y fumeta cantautora cincuenta euros y que no había dinero para propinas, por lo que finalmente terminó dándole una mano que nada contenía al, primero expectante y después desilusionado, empleado.


La Cita


Una vez sentados en la mesa, Salvador y Esperanza se quedaron un rato largo mirándose sin decir nada.

Se habían conocido hace diez años en la empresa donde Esperanza trabajaba como psicóloga, una mañana en la que Salvador le entregó un paquete a su nombre.
Ella era alta y esa noche con los zapatos de tacón alto que hacían juego con el vestido parecía más alta aún. El pelo recogido en una especie de ensaimada en la coronilla. Unos pendientes largos y finos destellaban según le dieran una luz u otra al compás, con la gargantilla del mismo tipo. Una deja recta y la otra arqueada formando un ángulo de noventa grados en señal de "qué mentira me tienes guardada para hoy" completaban la vestimenta.
A Salvador la mirada fija de su ex novia le incomodaba tanto como lo hubiera hecho un general de las S.S. a un miembro de la resistencia francesa.
A Esperanza la apariencia de su ex le parecía tan descuidada y deprimente como la de un sin techo al que ni su abogado de oficio le echase cuenta.

-“Estás hecho una mierda Salva”, comenzó su ex novia el animado debate.
- “Lo sé, no he dormido prácticamente nada, he vomitado al bajar del avión, he perdido mi maletín, he resbalado al salir de la ducha...”
-“¿No piensas cambiar?”
-“¿Qué crees que puedo hacer?; ¿crees que me gusta abrirme la cabeza con el váter en vez de abrir el váter con la mano?”
- “Estás muy ingenioso”.
-“...”
-“¿Te estás tomando la medicación?”
-“Sí.. Menos cuando al día siguiente tengo una reunión importante en el trabajo o algo así. Me deja adormilado. Si me la tomo no puedo pensar claramente”.
-“¿Por qué no fuiste a la última reunión con tu psicólogo?”.
-“Me cansa, de verdad, sólo he faltado a dos reuniones, pero de verdad que me cansa. Ese hombre empieza a ahondar en sitios donde ni a ti te he dejado entrar y hace que recuerde cosas que llevo años intentando olvidar, algún día de estos terminará…”
-“Se trata de eso, de analizar el problema, de buscar la raíz y arrancarla de ti. Sacar todo lo malo que...”
- “¿Desean pedir ya los señores?”, interrumpió el camarero al tiempo que ofrecía dos libros de menús justo antes de que Salvador interrumpiese a su ex.
-“Sí, muchas gracias”, confirmó Esperanza.
-“Realmente no tengo hambre, ¿le importaría traerme, por favor, un Jotabé con agua?... muchas gracias”, decidió Salvador tras un vistazo rápido a la carta.
-“¡No!, tráigale una botella de agua mineral y... las patatas con salmón y queso para él y...las.... verduras con puré de patatas para mí”, ordenó definitivamente la mujer de la ensaimada en la cabeza. “Por hoy deberías dejar ya de beber”.
Salvador no le dijo nada a su acompañante pero, al tiempo en el que el camarero se iba, un siseo le bastó para que éste se girase y leyese en los labios del cliente "Jooota-Beeé" sin que ningún sonido saliera de su boca. Cuando rápidamente el hombre de negro volvió la cabeza hacia la mujer, sus gafas de sol  cayeron desde su frente  hasta su nariz. Este hecho junto al estado medio alcoholizado en el que se encontraba hizo que Salvador tuviera que aguantar la risa.
-“Eres desesperante”, increpó Esperanza, a la que la cena cada vez se le hacía más cuesta arriba.
-“¿Sabes…?” dijo a su pareja de esa noche mientras que hacía círculos verticales con las dos manos en el aire… “no es culpa mía. Me considero un enfermo. Lo que a mí me pasa, no lo hago queriendo, intento hacer todo lo que me dices, pero cada día me siento más solo y más perdido y noto que esto va a peor”, prosiguió mientras que arrastraba lenta y fuertemente las palmas de las manos por el mantel como si le quisiera traspasar parte de su enfermedad mental a aquella mesa. “Yo ya no distingo la realidad de la ilusión, lo verdadero de la ficción de mi mente, lo real del presente, de lo pasado que no se si sucedió…”, continuó mientras que, con su mano izquierda apuntando al cielo, formaba aros como si se tratase de las hélices de un helicóptero.
En ese momento el camarero llegó con una bandeja repleta de platos y bebidas a las que ninguno de los dos comensales prestó atención.
-“Pues deberías seguir visitando a otras personas Salva, no puedes seguir así, debes luchar por ti mismo, mírate, tienes todo lo que hace falta para llevar una buena vida. No te dejes a ti mismo. Pide más opiniones… no te digo una segunda opinión porque ya sé que no es el segundo profesional al que visitarías…”
En mitad de aquel discurso de Esperanza, Salvador miró justo por encima del hombro de su ex y contempló como un hombre mayor, gordo y canoso comía con sus dos grasientas y brillantes manos una suculenta ave de gran tamaño mientras que se limpiaba con la toga.
Los esclavos no dejaban de traer más vino y bandejas con todo tipo de comidas y bebidas.
Un joven esclavo negro llevaba vino  y unos pescados sazonados a aquella mesa mientras que unas bailarinas traídas de algún país oriental no dejaban de danzar entre serpientes que se reliaban por sus extremidades y antorchas de fuego que alumbraban la escena.
Mientras que aquel hombre canoso insistía en comer más de lo que podía tragar mientras observaba a las bailarinas, algún minúsculo hueso del ave se le atragantó provocando un golpe de tos, seguido de un vómito rojizo y espeso que, en gran parte, fue a caer dentro de la copa de su acompañante de mesa, justo al tiempo en el que éste, mirando a la ramera que tenía situada de rodillas entre sus piernas, daba un largo trago que le rebosaba por la comisura de los labios. Entre tanto ruido de charla y música nadie oyó ni la vomitera del hombre mayor ni el grito de amargo sabor del musculoso acompañante de mesa. Tan solo el joven esclavo que les servía parecía haber visto la escena al completo y no pudo más  que reprimir una leve sonrisa.
El feroz soldado que había probado aquella copa de vomito se levantó de un salto y tras una breve composición de lugar que le dio a entender lo que había sucedido le propinó un tremendo golpe con el puño cerrado entre el labio superior y la nariz al atragantado hombre que, segundos antes, se había terminado su cuarto pájaro. El anciano cayó al suelo y tanto bailarinas, faquires, músicos como el resto de invitados dejaron de hacer cualquier tipo de ruido justo al tiempo en el que el anfitrión de la fiesta, un acaudalado comerciante, llegaba al lugar donde aquel fornido soldado había desatado su furia contra un indefenso amigo de la casa.
- “¿Aulus, por qué has pegado a este hombre?”, preguntó irado el comerciante.
- “Tu amigo me ha insultado, vomitando en mi copa aprovechando que no miraba”, contestó el soldado al tiempo que se sacudía la mano con la que había asestado el golpe.
-“¿Es eso cierto, Tiberius?”, recriminó al regordete anciano que ya estaba casi en pie.
- “No es del todo cierto, no fue premeditado. Tu esclavo y su asqueroso olor me han hecho vomitar y no he podido retirarme a tiempo. Nunca quise ganarme la enemistad de Aulus  ni  faltar el respeto a ti o a él, aquí, en tu casa. Además, a tu insolente esclavo le ha parecido bastante cómico y nos ha faltado el respeto a ambos con sus risotadas delante de todos los invitados de la fiesta”, explicó el viejo con la nariz ensangrentada y dos dientes menos.
El pequeño esclavo negro comenzó entonces a retroceder apresuradamente hacia la culina de la casa mientras portaba una bandeja con las sobras de otros platos. Casi había alcanzado su objetivo cuando un largo bastón de madera le golpeó en el pecho y le hizo caer y resbalar por el suelo, plantándolo en mitad de la sala ante las risotadas de los invitados.
- “¡Silencio!” gritó el anfitrión. “¡Tú, repugnante sabandija que entorpeces mis fiestas! ¿Qué desastre has provocado aquí que has hecho enemistar a mis amigos?”
El antes escurridizo y ahora dolorido esclavo permaneció callado ante la posibilidad de que cualquier argumento fuese considerado una ofensa aún mayor.
- “Perdón Sextus, ¿cuánto pagasteis por este sarnoso y enclenque esclavo?”, preguntó el hombre mellado de cuya boca no dejaban de salir palabras ensangrentadas mientras que caminaba hacia el centro de la sala limpiándose la nariz con una servilleta al tiempo que se arrancaba uno de los dientes que aun tenía a medio arrancar.
- “Lo cambié por unas pieles de un extraño animal africano... a decir verdad, me deshice de aquellas apestosas pieles y las cambié por este apestoso sirviente... y perdí con el trato, porque al menos a aquellas pieles no había que alimentarlas”.
Los invitados volvieron a reír divertidos ante aquella transacción tan poco lucrosa. Sextus abrió los brazos y los agitó para agradecer las risas de sus invitados ante su chiste, risas que fueron rápidamente silenciadas cuando el furioso Tiberius se abalanzó por la espalda con su boca ensangrentada y casi sin dientes hacia el asustado muchacho y, cuchillo en mano, de un sólo tajo lo degolló al tiempo en el que gritaba una y otra vez escupiendo sangre: “¡ríete ahora!, ¡ríete ahora pedazo de carroña africana!”.

Salvador despertó de su letargo empapado en sudor, se quitó un nuevo botón de la camisa y Esperanza empezó a echarle un nuevo sermón por haberse ido a otro planeta mientras que ella se quebraba la cabeza para solucionar la vida de su ex novio.
A la persona más atormentada del restaurante se le ocurrió entonces otra desafortunada forma de morir allí mismo. Bastaba con un trozo de comida que se resistiera a pasar por su tráquea de manera normal tal y como le pasó al gordo Tiberius.

Cruzaré rápidamente las manos por mi cuello como si pretendiese dejarme sin respiración. Las gafas de sol se me caerán de la cabeza sobre el plato de comida con un movimiento espasmódico. Poco a poco la falta de aire será cada vez más insoportable, mi cara pálida comenzaría a ponerse roja, violeta, morada... Los ojos irán saliéndose de sus cuencas ante la nerviosa mirada de Esperanza que se levantará de su asiento para socorrerme. Intentaré ponerme de pie con cuidado de no desplomarme en la mesa. Ella me ayudará a mantener el equilibrio mientras que pide ayuda al resto de camareros y clientes del restaurante. Alguien con gafas, nariz picuda y un feo peinado gritará haciéndose el héroe: “¡yo soy médico, tranquila señora!”. Se pondrá detrás de mí rodeándome con unos delgaduchos y torpes brazos intentando hacerme la maniobra de Heimlich. No tendrá ni ida de cómo resolver aquella situación, ya que no llevará ni un solo año de carrera y sólo pretenderá quedar bien delante de la chica a la que, armándose de valor y tras siete meses de preparación, ha invitado a cenar esa noche.
El supuesto médico se verá desbordado por la situación. Dejará de apretarme el estómago y se pondrá una mano en la frente y otra en jarra sobre la cintura esperando que se le ocurra alguna idea. Mis piernas no aguatarán más la situación y caeré al suelo, no sin antes haberme agarrado al mantel haciendo que todo lo que hay en la mesa caiga también.
En ese momento, con un gesto más parecido a Woody Allen que a un cirujano, el tipo que intenta salvarme la vida dirá en voz alta: “¡eso es!, colocadlo en el suelo, voy a practicarle una traqueotomía”. Mis ojos se volverán hacia él con una mirada que expresará ¿por qué no te das por vencido? Ante la mirada incrédula de todos los morbosos clientes, ese tipejo sin estudios cogerá un cuchillo del suelo, lo limpiará con una servilleta, sentirá que una vez empezada la pantomima no puede pararla, me lo clavará lentamente  en mitad del cuello y un largo chorro de sangre le salpicará las gafas, oiré el golpe fuerte y enérgico de una señora que se desploma al ver la fuente que ese mequetrefe acaba de hacer con mi cuello. No contento con eso, el futuro médico comenzará a sacar y hundir el cuchillo sobre mi cuello sin que nadie se lo impida, como el que corta un filete en un plato, como el que dibuja un valle de cuatro picos en un folio, así actuará la persona que intenta salvarme la vida. El tipo, a fin de cuentas, no va tan desencaminado. Notaré como, poco a poco, el aire comienza a entrar en mi garganta, pero para ese momento mi problema será otro de igual gravedad que el anterior, me estaré desangrando por el cuello en el suelo del restaurante y lo único que parecerá estar bien es ver la cara de Esperanza antes de morir. La sangre dejará de salir a chorros para salir a borbotones a lo largo de la herida de cuatro centímetros que tengo abierta en la base del cuello. Poco a poco mi vida se  irá apagando y sentiré un frío y una oscuridad definitiva sin haber cerrado los ojos.

-“¡Sigues sin hacerme ni caso!”, le dijo Esperanza sobresaltada. “Eres capaz de irte del mundo, volver y regresar allá donde hayas ido en menos de un segundo. No hay quien pueda aguantarte Salva”.
-“Perdona, tengo que irme”, respondió Salvador mientras que se levantaba de la mesa dejando caer su silla, generando tanto ruido en mitad del restaurante que la mayoría de los clientes se giraron para ver de dónde procedía el ruido. “Lo siento, tengo que irme”, volvió a aclarar al tiempo que enseñaba las palmas de sus manos, como al que lo va a detener la policía, buscando la redención del estropicio y salió del local tan rápido como pudo con una mano haciendo círculos sobre su cabeza, como si moviese una naranja  contra un exprimidor y la otra extendida hacia atrás queriendo evitar que alguien le siguiese.

Allí se quedó Esperanza, sentada en la mesa del bar, con los codos apoyados sobre la mesa, las manos tapando su nariz y boca en un triángulo perfecto, al borde del llanto por ver la decadencia final y definitiva de quien no tenía arreglo.


El Sueño Oscuro

Al llegar a su domicilio, Salvador volvió a darle un par de tragos a la botella de la cocina que ya empezaba a terminarse. Por primera vez en mucho tiempo volvió a sentirse hambriento y abrió la nevera. Las lonchas de pavo, el bote de mostaza y las rodajas  de pan de molde aplacaron su hambre negra.
Después del festín, se dirigió a su habitación aún con la botella en la mano y, sin soltarla, se quitó la camisa. De dos patadas logró quitarse tanto los zapatos como los pantalones, se sentó en su cama con la botella de whiskey en una mano y el móvil en la otra pensando en llamar a Esperanza y volver a empezar la conversación de esa misma noche. Bajo su punto de vista, no había, retrocedido tanto en esa cena.
...Bajo su punto de vista.

Algo le dijo que mejor sería enviar un simple sms al móvil y así lo hizo mientras que bebía a morro directamente de la botella:

"Espe, siento mucho aberme ido asi.
no m ncuentro bien. Confio n q m perdones
y ntiendas q no estoy no mi mejor momento. Ns vemos pronto.
TQM y siempre lo are"


Una vez enviado, soltó el móvil en la mesita de noche y se recostó en la cama a lo ancho  mientras que su cabeza caía por un lado y los pies por el otro, dejándole así ver a través de la ventana abierta una luna redonda, la mirase por donde la mirase,  en contraposición a la rectangular e invertida silueta de los edificios de enfrente.

Lentamente y precedidos de unos rápidos parpadeos, los ojos de Salvador se fueron quedando cerrados y la botella casi vacía de  whiskey cayó al suelo sin romperse.

Un profundo sueño llegó a la mente de Salvador.

Una playa de noche, un cielo morado oscuro, olas gigantescas púrpuras y azules cargadas de espuma violeta, un temporal en una costa desconocida para él. Un oleaje chocando contra grandes y afiladas rocas negras en mitad de un temporal, una caña de pescar en sus manos con un pequeño pez como cebo ya clavado en el anzuelo.

Lanzó la caña contra el temporal y rápidamente el sedal comenzó a tensarse y a ir contra la fuerza natural del agua. El inexperto pescador recogió el hilo y sacó del agua un pez cuyo tamaño superaba claramente al que había usado como cebo. Pensó entonces en darle una nueva utilidad a aquel trofeo. Lo dejó enganchado a su anzuelo y volvió a lanzar la caña. El viento seguía soplando cada vez más fuerte y el sedal volvió a tensarse pasados unos minutos. Empezó a recoger el hilo, pero está vez su presa tiraba con más fuerza que antes. Aún así, no sin clavar un pié en la tierra, consiguió sacar un nuevo pez del agua. Era un hermoso y oscuro ejemplar, con unos  treinta centímetros de tamaño. Sostuvo aquél trofeo a la altura de su cara y vió claramente como el pez le dedicaba una sonrisa y de un espasmo saltó al agua ofreciéndose voluntario como cebo para su siguiente lanzamiento. El pescador quedó sorprendido con aquello y se secó las gotas de lluvia y agua salada de la cara con su hombro, aunque estás volvieron a empapar su rostro rápidamente.
El siguiente pescado tardó bastante tiempo en picar, pero lo hizo. El sedal se pusó tenso y con unos giros de muñeca intentó recogerlo una vez más, pero la fuerza de su presa era demasiada y tuvo que retroceder unos pasos para poder sacar al pez del agua. Esta vez, el animal tenía ya un tamaño superior al de su brazo y colgando del sedal se agitaba lenta, lánguida y rítmicamente como si fuera la serpiente de un faquir saliendo de un canasto. Salvador quiso seguir probando fortuna y volvió a usarlo como cebo.
Se adentró unos metros en el mar encrespado y dejó que aquel alargado pez volviese a su medio natural con la firme convicción de que atraería a algún pez más grande aún. Volvió sobre sus pasos y salió del mar. Se quedó mirando las gigantescas olas que chocaban contra las rocas y observó que, misteriosamente, una vez que chocaban y formaban una cortina de agua, las olas no volvían a bajar, sino que se quedaban formando una pared y se amontonaban unas contra otras, como si fueran camisas colgadas en sus perchas en un ropero cuya capacidad se hubiera visto sobrepasada con la última prenda. En ese momento, la caña se dobló hasta casi romperse. Una nueva criatura marina había picado, pero era demasiada la fuerza que esta imprimía. Se sentó sobre la arena mojada de la playa, clavó la caña y los talones de sus pies desnudos en el suelo, logró por fin poder ver parte de su presa sobresalir del agua. El forcejeo entre el pescador y su presa cesó, ya que está comenzó a nadar hacia la orilla, como si aceptase su propia derrota, dejando ver parte de su abultada y redondeada figura.
Para sorpresa de Salvador, esta vez no era un pez, esta vez sacó del agua a un pequeño y gordo elefante de aspecto infantil, de color oscuro brillante, casi metálico, recubierto de una grasa negra. El animal continuó caminando hacía el hombre que estaba sentado en la arena. Los dos se quedaron mirándose unos segundos hasta que Salvador, con una mano temblorosa, acarició al elefantito y sintió la grasienta piel del animal entre sus dedos y a éste parecieron gustarle las caricias y comenzó a reír y a sacudirse como si fuera un perro que pretendiera secarse el agua después de un baño.
El animal, que continuaba sonriendo, dió varios pasos hacia atrás sin dejar de mirar a la persona que lo había sacado del agua y le dijo con una voz que producía un extraño eco

"Siente el océano"... "Siente el océano"

... y con una graciosa y afable carcajada, el elefantito desplegó unas brillantes alas de sus costados y se lanzó al mar de cabeza con un corto y bajo vuelo.

Salvador despertó de golpe. Allí, en su cama, se quedó pensando en las palabras del elefante ("siente el océano"), pensando en la causalidad de usar algo pequeño para obtener algo más grande. Algún sentido tendría que tener todo aquello que sucedió en mitad de un territorio tan hostil como aquella playa con casi un tornado a punto de empezar a girar.
Intentó no pensar en nada para poder dormir y descansar algo antes de ir a trabajar al día siguiente, pero no lo consiguió. Dejó pasar las horas y las horas, viendo como poco a poco la luna iba avanzando con un rumbo elipsoidal perfecto por encima los edificios de enfrente. Cuando ya casi no quedaba tiempo para dormir, sus ojos quisieron volver a cerrarse. Consultó el reloj de la mesita de noche y decidió que era hora de levantarse, aunque iba con demasiado adelanto para la hora en la que se solía despertar para ir a trabajar cada día. 


De Vuelta Al Trabajo


Aquella fría mañana, Salvador se había levantado con resaca. No podía dejar de pensar en lo que Esperanza le habría dicho si su actuación de la noche anterior hubiera sido otra menos escandalosa y sumergida en whiskey. Tampoco se podía quitar de la cabeza a la joven y alcoholizada cantante que se presentó en forma de ángel en mitad de su accidente de tráfico y mucho menos se le iba de la mente el extraño sueño que había tenido.

Deambulaba por la casa medio zombi, haciendo las cosas como si fuese un autómata,  encendiendo las radios de su dormitorio, cuarto de baño y cocina, pero cada una en un dial distinto, a diferente volumen, creando un caos auditivo que, junto a la resaca, le provocaban  un total desorden en su cabeza; la ropa preparada para ducharse, los avíos para afeitarse, lo que quedaba en el paquete de pan de molde tostándose en la cocina mientras se preparaba el café…
Se sentó en la mesa delante de un zumo de naranja mientras que el resto del desayuno terminaba de hacerse. El dolor de cabeza y algo subiendo y bajando por el estómago le impidieron tomar un solo trago. Apartó con su mano derecha el vaso, al tiempo en el que las tostadas saltaban fuera de la tostadora como si de un número circense se tratase. Sin mucho afán de comer, Salvador, que aún estaba en bóxers, miró como las tostadas, ya quemadas, habían caído sobre la encimera y llegó tarde a la conclusión de que no quería pan tostado en el desayuno. El silbido de la cafetera le hizo mirar al lado opuesto y definitivamente entendió que la rutina le había ganado la partida a las ganas aquella mañana.
Se levantó, apartó la cafetera, tiró las tostadas a la basura y se dirigió al cuarto de baño para ducharse mientras que no paraban de llegarle las tempranas noticias del mundo, aunque realmente no le estuviese prestando atención. Logró oír algo sobre la reconquista de la península ibérica y sobre el ejercito, seguido de una crítica sobre cine, pero ni una cosa ni la otra le importaba más que el ángel revoloteando frente a él antes de golpearse la cabeza contra el asfalto.

Comenzó a estirarse la piel de la cara frente al espejo y recordó que esa mañana tendría que dar explicaciones a sus jefes sobre el fracaso de las reuniones de los días anteriores. Pensó entonces que era la primera conexión de ideas coherentes y con los pies en el suelo que había tenido desde que se levantó aquella mañana. Se preguntó a sí mismo ¿por qué no podría estar así siempre?, con problemas de gente corriente y no con problemas y conspiraciones de dioses milenarios.
Se llenó las mejillas y la mandíbula de espuma de afeitar y comenzó a pasarse la cuchilla por la cara, dejando ver a un hombre algo más presentable que al que había salido de la cama hacia unos veinte minutos. Después se desnudó, entró en la bañera y desde dentro sacó la cabeza al recordar que la noche antes había vomitado junto al váter y que sus vómitos aún estaban ahí. Ahora no era el momento, cuando volviese de trabajar, dios sabe a qué hora, dependiendo de si lo despedían o no esa mañana, lo limpiaría.
Tras la ducha, se dirigió al dormitorio y allí terminó de vestirse con un traje, una camisa arrugada y una corbata que le venía en la misma caja que la camisa cuando la compró. Comenzó un tour por su propia casa apagando todas las luces y radios que había ido encendiendo en su rutina diaria. Al pasar por la puerta de su dormitorio vio la botella de alcohol de la noche anterior y su cabeza dijo lo mismo que con el vómito del baño, pero sus manos ya la estaban guardando en el armario de la cocina.
Al guardar las llaves de su apartamento en el bolsillo del pantalón, volvió a coger sus gafas de sol pero esta vez, en vez de ponérselas, las guardó en el bolsillo exterior de la chaqueta de su traje dejando una de las patillas hacia afuera.

Salió a la calle y caminó  hacia la estación del metro como cada mañana. El día estaba frío. Parecía como si esa mañana su propio mundo le pesase sobre los hombros más que otras veces. Cerca de la estación contempló como una paloma blanca con las alas grises, debido a la suciedad de andar por la calle, estaba picoteando la porquería que había dentro de un pequeño charco producido por el continuo goteo de un aire acondicionado de un edificio de oficinas.
Las garras del ave caminaban sobre aquel charco de sangre que había formado en el suelo el brazo amputado de aquel soldado que aún sostenía la espada en la mano como si pudiera usarla. Casio avanzó lentamente hacia el moribundo y le hundió lentamente su espada corta en el pecho hasta que notó que atravesaba el torso por completo y tocaba la ensangrentada tierra del campo de batalla, dándole el honor y la seriedad que él pensaba que debería recibir cualquier soldado que tuviera el valor de entrar y morir en la batalla.
De una patada, hizo que el cuervo que picoteaba la herida del brazo amputado echase a volar con un graznido. Casio lo siguió con la mirada hasta que el ave carroñera cruzó por delante del sol que estaba medio oculto por una nube y tras tragar saliva, Salvador apartó la mirada del cielo de Madrid y siguió caminando con la cabeza baja, como si no mereciese estar en el mundo hasta que entró en la estación.
Nada más entrar, una joven con un peto rojo y una gorra de cuyo agujero salía una larga cola de caballo de color oscuro, le entregó un periódico gratuito doblado por la mitad. Al agarrarlo con una mano, se detuvo un momento para desplegarlo y mirar la portada en la que aparecía una foto de unos soldados afganos muertos tirados en el suelo.
Volvió a doblar el periódico tal y como se lo habían entregado y allí, parado en mitad de la estación se sintió agobiado por tantísima gente: estudiantes que llegaban tarde a clase, trabajadores con monos de mecánico o con trajes de chaqueta y maletines, personal de seguridad, repartidores de prensa que corrían de un sitio a otro empujando sus carretillas llenas de periódicos, revistas del corazón y todo tipo de coleccionables.
Mientras que bajaba por las escaleras mecánicas, distinguió con una sonrisa a la joven cantautora que parecía tener mucho mejor aspecto que la noche anterior. Estaba sentada en el suelo, sacando su guitarra de la funda y colocando un cartel de cartón en el que simplemente decía "GRACIAS".
Se apresuró a bajar las escaleras mecánicas y se volvió a arrodillar delante de la joven que inmediatamente le reconoció y se le echó encima para darle un abrazo.

-“Muchas gracias. Anoche dormí en una cama de verdad y me pude dar un baño”, le agradeció ella.
-“No tienes por qué darme las gracias. Te lo ganaste con tu canción”, contestó él.

Salvador reparó en que la joven tenía las uñas pintadas correctamente, el pelo lo más limpio que unas rastas te pueden permitir y un olor decente.

-“Tienes muy buen aspecto esta mañana”.
-“Gracias. La verdad es que… me he podido duchar por primera vez en una semana… y yo… he dormido muy bien, anoche cené pizza recién hecha... y...”.

La joven se detuvo cuando empezó a sentirse incómoda contando las ventajas de la noche anterior, dejando una clara comparación, frente a las penurias de cada día. Él la detuvo negando con la cabeza y mostrándole la palma de su mano simulando la señal de Stop que hacen los policías de tráfico. Tras un silencio incómodo Salvador dijo:

-“Has madrugado bastante hoy, ¿no?”.
-“Sí, a estas horas hay mucha gente en la estación... mucha gente igual a muchas limosnas”.
-“¿Tienes dinero para almorzar, para cenar... para dormir hoy?”.

Ella negó con la cabeza y dijo “lo gasté todo en el hotel y la cena. Me hacía falta pero, de todas formas, no quiero que me regales nada. Ayer ya me ayudaste”.
-“No te voy a regalar nada” contestó Salvador con una sonrisa… “te lo ganarás a cambio de una canción”.
- “Oye... llegarás tarde”, le replicaron a Salvador.
-“Bueno, eso no es problema tuyo. Además, hoy he salido de casa con tiempo de sobra”.
-“Genial”, dijo ella mientras que se acomodaba la guitarra en las piernas… “déjame pensar... ¿alguna petición?”, preguntó con una sonrisa dándose aires de importancia con una mueca cómica.

En ese momento el pitido del tren sonó indicando que las  puertas se cerrarían en pocos segundos y, tras mirarlas, con un gesto a medio camino entre un saludo militar y la palma extendida de la mano, como la mano que da un amigo para ayudar a otro a levantarse, Salvador indicó sonriendo a la cantautora que tenía libertad para elegir ella misma la canción.
Ella comenzó entonces a sacar acordes de la guitarra mientras que balanceaba el mástil de un lado a otro mientras que miraba al techo de la estación, arrugando los labios, esperando que le llegase la inspiración para elegir la canción correcta. Súbitamente y con un gesto de sorpresa, la inspiración llegó y dijo con una sonrisa satisfecha por su elección:

-“Vale, una de almas solitarias”.
-“A ver si ahora me vas a hacer llorar”, bromeó él.

La cantante comenzó a canturrear en inglés y Salvador iba traduciendo mentalmente…

Me desperté esta mañana
Apenas podía respirar
Sólo una impresión de vacío
En la cama en la que solías estar
Quiero un beso de tus labios
Quiero un ojo por ojo
Me desperté esta mañana con el cielo vacío.

Tras buscar un billete de veinte euros en su cartera y dejarlo en la funda de la guitarra, el mecenas se levantó y se despidió con un gesto de adiós, sin querer hablar, sin querer interrumpir la canción. Ella asintió con la cabeza dándole las gracias. Aun se podía oír la canción cuando las puertas del vagón se cerraron y la pareja se quedó mirándose fijamente a través de los cristales como si fuera el final de una película de Sofía Coppola.
En las llanuras de Jordania
Corté mi arco de la madera
De este árbol del mal
De este árbol del bien
Quiero un beso de tus labios
Quiero un ojo por ojo
Me desperté esta mañana a un cielo vacío

El vagón avanzó y dejaron de mirarse.

Sin mucho ánimo y triste por no poder pasar una mañana entera con alguien que le parecía interesante y con cosas  que contarle, se sentó en el único asiento que quedaba libre. Tras suspirar mirando al suelo volvió a recordar lo que, probablemente, le esperaría al llegar a la oficina, una carta de despido. Levantó la cabeza, miró su reloj que marcaba las 07:32 de la mañana y comenzó a examinar una por una las diferentes personas que iban en aquel vagón. Todos parecían normales, con alegrías y con penas de este mundo. Ninguno sufría tanto como él, o al menos por el motivo que lo hacia él.
Tras su reflexión volvió a bajar la mirada, consultó la hora otra vez, ya eran las 07:37, abrió el periódico y comenzó a repasar los titulares con la vista:

- SOLDADOS NORTEAMIERICANOS POSANDO JUNTO A CADÁVERES DEL EJÉRCITO AFGANO.

- RAJOY PIDE EL VOTO A LOS MODERADOS DE CIU.

- HALLADAS CERCA DE SU CASA PRENDAS DE VESTIR DE LA JOVEN DESAPARECIDA EN TARRAGONA.

-TERMINA EL RODAJE DE "LA RECONQUISTA: SIGLO XXI".

Ayer tuvo lugar la fiesta de fin de rodaje del largometraje “LA RECONQUISTA: SIGLO XXI", un film bélico futurista que recrea las diferentes batallas que se librarán en el futuro para la expulsión de los diferentes pueblos árabes que han conseguido solapadamente gobernar la península ibérica a lo largo de los últimos cincuenta años. La fiesta tuvo lugar en un céntrico bar de Madrid y fue todo un espectáculo, ya que tanto los actores, como el equipo de producción acudieron al evento con las ropas del rodaje. Se prevé que la cinta pueda optar a diferentes premios en este año. No han sido pocas las voces que se han oído desde las diferentes asociaciones a favor de la integración de los países árabes en nuestra sociedad criticando dicha película. Aun así la fiesta, a la que acudieron diferentes personajes relacionados con el mundo del celuloide, transcurrió sin ningún percance.

Ahhh esto era, pensó mientras recordaba la fiesta y los militares que vió la noche antes.

-ZIDANE ELIMINA AL BAYERN Y SE CLASIFICA PARA CUARTOS DE FINAL

De entre todas las noticias, fue esa la que más le extrañó ya que pensó que el periódico tenía un par de días de retraso y consultó nuevamente su reloj para ver la hora, como si eso le fuera a contestar su pregunta.
Eran ya las 07:39. Miró entonces la fecha del periódico para salir de dudas y comprobó que era el 11 de Marzo del 2004.  Subió la cabeza de un respingo, miró fijamente a la persona que tenía en frente, como el que está delante de una cámara de televisión ante millones de telespectadores y tuviera algo importante que decir.

Una tremenda explosión hizo que una ola de calor acompañada por una gran bola de fuego avanzase rápidamente por el vagón. Salvador la miró y, para su asombro, la bola de fuego se detuvo con la rotura de los cristales de las puertas que separaban aquellos vagones del tren. La gente se había detenido en el tiempo y pudo observar los diferentes gestos y acciones paralizadas: bocas abiertas para empezar a gritar; el pelo largo de una mujer, sostenido en el aire por el giro de la cabeza intentando esquivar el calor de las llamas; una boca en forma de "o" perteneciente a un joven medio atontado que silbaba la canción que oía en su reproductor mp3 mientras que usaba sus piernas como una batería de percusión; una señora mayor a la que se le ha caído un papel arrugado del monedero; un anciano que está a punto de sentarse tras el intercambio de posiciones con un joven con gafas.

Se levantó y comenzó a caminar entre aquellas estatuas humanas que segundos después serian cenizas entre un mar de hierros que se funden, cristales que cortan todo a su paso, gritos, sirenas y confusión.
Empezó a reflexionar en voz alta mientras que no dejaba de maravillarse ante las imágenes que ofrecían los pasajeros del vagón:

-“Esto podría haber terminado de otra forma, pero ha terminado así. En el fondo estoy contento, ha sucedido lo que tanto tiempo he estado esperando, con lo que tanto he soñado. Lo único que no entiendo es la manera en la que finalmente ha ocurrido. ¿Por qué van a tener que perecer todas estas personas sin desearlo? Se supone que estos son los designios del señor. Las cosas suceden solas y no cuando las provocamos. Hay algo escrito por ahí, "el efecto mariposa" creo que le llaman”, dijo mientras colocaba el papel arrugado de la anciana en el pequeño monedero. “Puedes estar buscando algo durante años, peleándote con el mundo, intentándolo, frustrarte y no conseguirlo y el día menos pensado, el día en el que no lo buscabas lo encuentras, de la forma más absurda y sin venir a cuento, por una sucesión de casos sin aparente conexión entre sí, pero puede que ese día llegue tarde y ya ni lo quieras. La prueba es que si el día anterior yo no hubiese resbalado en la bañera no hubiera tomado aquellos tragos de whisky y no me hubiera emborrachado. Si no me hubiese emborrachado, probablemente, no habría sentido esa sensibilidad como para quedarme a escuchar la canción de mi nueva amiga. Si nada de esto hubiera pasado, habría tomando el tren que pretendía tomar inicialmente y no estaría al borde de la muerte. Finalmente, ha bastado con quedarme a oír una sola canción. Ha bastado con pararme a prestarle atención a alguien que reclama su sitio en el mundo. Afortunadamente yo sigo queriendo morir. No dejo a nadie con ninguna de mis cargas. No hay nadie que me espere en casa ni que me llore esta noche. El mundo no me echará en falta, tal vez mi compañero de oficina, aunque tampoco tanto. Ahora me gustaría daros algún consejo, una moraleja, pero no tengo nada más que decir”, continuó mientras ayudaba al anciano a sentarse en el asiento que le habían cedido. “Sólo siento lástima por estas personas y, más que por ellas, por las que les esperan en casa para comer esta noche, las que les están guardando el sitio en clase, las que les esperan en los lugares de trabajo para entregar el proyecto que les hará subir en la empresa… No puedo preocuparme más por ellos, sólo me queda preocuparme por mi mismo y pensar que hoy se acaba mi dolor”, concluyó mientras volvía a sentarse en su sitio.

 
El Psicólogo II

El psicólogo volvió a encender su grabadora. Respiró profundo y lleno de calma. Quería terminar de contar la historia de, sin duda alguna, el paciente con la mente más enrevesada que había tratado jamás. Quería decidir allí mismo si toda aquella locura y aquellas visiones habían sido definitivamente una mentira producida por un cerebro quebrado por la presión del trabajo, de una sociedad que le había exigido demasiado, de un mundo que no había sabido darle su sitio, o bien habían sido algo más paranormal y realmente Salvador fue capaz de recordar fragmentos de una vida pasada que le persiguieron y le torturaron en la actual. No pudo decidir nada definitivo en ese momento.
Volvió a parar la grabadora, la dejó en la mesita redonda que tenía a su derecha y se dirigió al mueble bar donde recargó con dos cubos gruesos de hielo su vaso y completó la acción añadiéndole un largo chorro de whiskey. Se dirigió hacia la ventana y, con su mano izquierda en el bolsillo de aquel pantalón marrón y la derecha sosteniendo el vaso a la altura del esternón, se quedó mirando el cielo anaranjado con nubes moradas del atardecer de Madrid.






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NOTAS:
(1) 

Ayúdame y te habré ayudado
Que hoy he soñado
en otra vida
en otro mundo
pero a tu lado
Pertence a la canción PERO A TU LADO del grupo LOS SECRETOS.


(2)
Me diste la vida bajo un cielo de algodón
Te sostendré todo el tiempo que quieras
Te amaré para el resto de mi vida

Siempre buscando la manera de amarte
(...)
Sin dejar de luchar a tu lado
Mientras que los ángeles del amor nos protegen
De los secretos más íntimos que escondemos

 
Pertence a la canción CALICO SKIES de PAUL McCARTNEY.


(3)

Me desperté esta mañana
Apenas podía respirar
Sólo una impresión de vacío
En la cama en la que solías estar
Quiero un beso de tus labios
Quiero un ojo por ojo
Me desperté esta mañana con el cielo vacío
(...)
En las llanuras de Jordania
Corté mi arco de la madera
De este árbol del mal
De este árbol del bien
Quiero un beso de tus labios
Quiero un ojo por ojo
Me desperté esta mañana a un cielo vacío


Pertence a la canción EMPTY SKY de BRUCE SPRINGSTEEN.

(4)
 
Mi agradecimiento a Anabel Cejuela por dibujarme la portada de este relato.